idea principal y secundaria
Parte I
Idea
principal y segundaria

La utilización del lenguaje con una finalidad
persuasiva o estética además de comunicativa, la retórica, apenas se enseña
y practica en nuestro país
La retórica es capaz de elevar nuestro discurso, de enriquecer la convivencia sobre la
base de la discrepancia constructiva y la diversidad, y de regenerar ética y
políticamente la sociedad
El necesario resurgimiento de la retórica se apoya además en su aplicabilidad
en el mundo académico, en publicidad, en los negocios y en numerosos aspectos
cotidianos
Nuestra vida se decide en unos pocos y breves
momentos para
los que rara vez estamos preparados. Con frecuencia, alguno de estos momentos clave de nuestra vida está
mediado por la palabra. Una entrevista de trabajo, una reunión de
profesionales, una charla en un centro cultural, un encuentro casual con un
experto apreciado, la exposición de un trabajo, la defensa de una tesis o incluso
una rueda de prensa. Algunos
afortunados pueden aprovechar su talento natural, otros naufragan sin más. Pocos, muy
pocos, han estado expuestos a la retórica y aún menos han tenido ocasión de
aprenderla y practicarla. La retórica es la utilización
del lenguaje con una finalidad persuasiva o estética, añadida a su finalidad
comunicativa. La retórica
tiene mala fama por el
abuso que hacen de ella muchos personajes públicos, en especial de la esfera
política. Pero la
retórica es un conjunto de herramientas y estrategias capaz de cambiar la
visión que los demás tienen de nosotros y de nuestro pensamiento, capaz de elevar nuestro discurso y
capaz de enriquecer la convivencia sobre la base de la discrepancia
constructiva y la diversidad.
A pesar
de todo ello, la retórica, bien presente en los programas
educativos del mundo anglosajón, no aparece en prácticamente ningún programa de estudio de
colegios y universidades españolas salvo en algunas especialidades
humanísticas. En
nuestro país, nadie nos desafía a mejorar nuestra expresión más allá de
indicarnos algunas de las herramientas de comunicación más primitivas y
forzarnos de vez en cuando a vencer el miedo escénico y hablar en público o
ante un grupo de compañeros. Desde que aprendemos a hablar hasta que terminamos
la universidad apenas recibimos
observaciones críticas sobre nuestras fortalezas y debilidades a la
hora de comunicarnos, apenas nadie abre para nosotros el maletín de conceptos y
técnicas que desarrollaron los griegos para elevar el lenguaje a las más altas
cotas estéticas y filosóficas, llevándolo mucho más allá de un mero acto comunicativo.
La retórica, con frecuencia unida a la poética, tiene un gran bagaje histórico al que han
contribuido grandes pensadores y literatos de
nuestro país. Pero nos
falta su dimensión práctica y más cotidiana. Su ejercicio. Hemos oído de las
figuras retóricas y las dejamos arrinconadas para nuestros momentos dedicados a
la literatura. Se dice de algunas preguntas que son retóricas. Y poco más. La propia
palabra languidece desatendida por una sociedad que cree tener otros objetivos.
La retórica puede, sin embargo, hacernos mejores profesionales y también mejores ciudadanos, al hacernos
más participativos y al hacer más eficiente nuestra intervención en la vida
social. Pero a pesar de su importancia, no se enseña. Las escuelas y talleres
de lectura son una forma de profundizar en esta necesidad humana de
encontrarnos a través de la palabra y se plantean ideas estimulantes como
la lectura vinculada. El despegue del grupo político se debe en buena medida a su capacidad de
comunicar, a su
experiencia docente y universitaria, y sobre todo a su esmerado trabajo previo
a cada entrevista, conferencia o rueda de prensa para plantear la
comunicación más audaz y motivante que ha visto la escena política española en muchas,
muchas décadas de aburridos discursos huecos. Tal como indicaba John
Carlin en su narración
sobre el fenómeno Podemos, los políticos de esta organización “seguirán invirtiendo su energía retórica en el proyecto
de higiene moral que tantos desean.”
Paradójicamente,
en el mundo académico, donde se ejercita con
intensidad la lógica y la argumentación, se ignora o desconoce el conjunto de
herramientas que intervienen en un discurso, si exceptuamos campos concretos de las humanidades.
Con el divorcio artificial entre las ciencias y las letras no solo matamos la
filosofía, hija o madre excepcional de ambas, sino que erosionamos el lenguaje científico hasta
convertirlo en la expresión más básica de la información. Tal es, por ejemplo,
el estilo de la mayoría de los artículos
científicos en revistas especializadas. Quizá el estilo más
elemental de comunicación está bien en esas revistas y para esas audiencias,
pero hay otros foros, revistas y circunstancias que tarde o temprano
justificarán un uso más elaborado del lenguaje hasta por el más especializado
de los científicos. Esta es una necesidad que han entendido bien algunas universidades del Reino Unido o
Estados Unidos, que forman a sus académicos y estudiantes de grado y postgrado
sobre cómo sintetizar sus trabajos e ideas en charlas, algunas de tan sólo tres
minutos, o incluso en mensajes de twitter. Un buen ejemplo de este énfasis en
la síntesis y la comunicación son las famosas charlas TED, de altísima calidad y gran sentido de lo ameno.
Parte II
El
subrayado
La
retórica ha estado desde sus inicios relacionada
tanto con la política como con la ciencia. Mientras para los sofistas no existe una única
verdad y su énfasis en la retórica se apoyaba en convencer de alguna de las
cosas verosímiles que se pueden expresar con el lenguaje, para Platón,
muy crítico con esta visión, la retórica forma parte
de un método dialéctico para descubrir verdades importantes. Aristóteles organizó
las distintas ideas y reflexionó en profundidad
sobre el arte de hablar y argumentar, teorizando de forma admirable
sobre cómo persuadir. Pero fue Sócrates el principal maestro de
la retórica griega; él la veía como un plan de formación integral de la persona capaz de una
regeneración ética y política de la sociedad. En la formación de un noble o de
un emprendedor del renacimiento, como la que recibió Hernán Cortés en la
Universidad de Salamanca por ejemplo, la retórica era fundamental.
Aunque no es fácil resumir en
unas pocas líneas todo lo que se ha hecho y dicho sobre la retórica, sí que podemos dar un breve repaso
a algunas ideas principales. El
discurso tiene seis partes, aunque en ocasiones se fusionen o se omita alguna
para dejarlas en las tres o cuatro esenciales. Comienza,
o debería comenzar, por un exordio, en el cual se
busca atraer la atención, granjear simpatías y fijar interés en el tema. Le
sigue una proposición en la
que se describe el tema con claridad y brevedad. La tercera parte es una de las
que en ocasiones se prescinde, la división, en la que se
enumeran las partes del discurso, y le sigue
la narración,
donde se exponen todos los hechos y datos necesarios para poder alcanzar las
conclusiones. La duración y la secuencia de
hechos y datos en la narración deben
planificarse con detalle. La quinta parte es la argumentación, donde se
confirma la tesis principal y se refutan las tesis contrarias. Aquí la retórica
puede alejarse de lo científico ya
que su lógica es retórica o dialéctica, no necesariamente científica: se
apoya más en lo verosímil que en
lo verdadero, con el objetivo no tanto de hallar la verdad sino de
convencer. Las conclusiones se incluyen en esta
parte de la argumentación y debe entrar de forma natural, suave y
directa; de hecho en un discurso bien realizado la audiencia debe anticiparse
mentalmente y tener al menos un embrión de las conclusiones antes de que el
orador las revele. La sexta y última parte es la peroración que busca inclinar la opinión y la voluntad del
oyente, provocando sentimientos que fragüen lo que las partes anteriores han
ido preparando. La argumentación es la parte más
importante, así como la narración suele
ser la más extensa. En la argumentación afloran
las actitudes del orador (sensatez,
fiabilidad, simpatía, sinceridad) y las del receptor (los sentimientos de ira, calma, odio, amistad,
vergüenza, agradecimiento etc. generados por el orador) y en general los
argumentos dialécticos de tipo deductivo o analógico. Podríamos organizar un
discurso breve y práctico con tan solo tres partes, la primera
combinando exordio y proposición, la segunda con la narración y la tercera con la
argumentación, que podría incluir o no algún matiz de peroración en
ella.
La
comunicación en el mundo académico,
más allá del artículo científico, suele consistir en ponencias en las cuáles el orador combina su retórica verbal con una secuencia de imágenes que deben ayudar a que el mensaje
se transmita de la manera más eficiente. Existe una gran
variabilidad de estilos, casi tantos como científicos y académicos
por lo que esta “retórica de la
comunicación científica” podría irse catalogando y analizando. Por
ejemplo, mientras algunos científicos prefieren usar tres o cuatro diapositivas por minuto, apoyando mucho su
discurso en las imágenes, otros usan menos de una
diapositiva por minuto y prefieren
apoyarse en el lenguaje hablado. Lógicamente la personalidad de cada ponente
aflora en sus ponencias y en general las personas
tímidas prefieren un formato muy gráfico
y de poca palabra, mientras que las más
audaces se apoyan más en la palabra, emulando en cierto modo la retórica
de los griegos. Es interesante imaginar qué hubieran preferido los griegos si
hubieran tenido ordenadores.
¿Y de
todo esto que se engloba en la retórica qué podría sernos útil hoy en día? El ejercicio actual de la retórica conlleva algunas reflexiones. Mientras en la
retórica clásica se recomendaba un discurso gravativo
ascendente que lograba la persuasión
aportando cada vez más información y argumentos progresivamente
más sólidos, en el discurso actual de tipo más periodístico, y ante el cada vez
más frecuente riesgo de que el oyente o el lector abandone al principio, se
aconseja colocar lo más importante al comienzo. Desde una óptica próxima a la actualidad y a la
realidad, pero con la retórica en mente, no debemos, por ejemplo, invertir
mucho tiempo en definir de qué vamos a hablar sino
directamente en qué queremos decir y cómo. De cara a pensar en un
título, a menudo lo único que se comunica o se recuerda de nuestra
conversación, charla o discurso, no pongamos realmente un título, mejor ideemos un
titular. Pensemos en la idea principal y estudiemos como
presentarla. Un buen ejemplo son los resúmenes de revistas como Nature, Science o el mismo National Geographic, en los que en
unas pocas líneas se sintetiza una introducción al problema, la cuestión
concreta afrontada, su importancia, los resultados principales y las
implicaciones de estos.
Aún los
mejor dotados para la improvisación deben dedicar un tiempo a diseñar la
estructura y el estilo del discurso, y también tiempo a memorizar sus partes, su extensión, los datos clave.
Sí, ejercitar la memoria es fundamental,
aunque no esté de moda y aunque parezca que para la memoria ya tenemos
internet, consultable rápidamente desde nuestros ordenadores, tabletas o
teléfonos móviles. La memoria no es incompatible con
el razonamiento ni con ciertas dosis de improvisación y debe ser una
base sólida de nuestra preparación, no en vano es un componente esencial de la
propia inteligencia. El necesario resurgimiento de la retórica se apoya en su aplicabilidad en
publicidad, en el mundo académico, en la política y en aspectos cotidianos como
la defensa de puntos de vista, sea en una asamblea popular, en una reunión de
especialistas o en un juicio civil. Si bien la retórica se centró en sus
inicios en la lengua hablada, pronto trascendió al discurso escrito, aunque se considera
a éste como una transcripción limitada del discurso oral. Hoy en día y bajo el
impulso de las nuevas tecnologías audiovisuales podemos hablar de una
auténtica retórica de la imagen,
donde fotos y videos se emplean con los mismos fines
que la palabra para elevar la mera
transmisión de información a una transmisión de sentimientos, emociones y,
también, argumentos y matices.
Recobremos,
por tanto, el análisis del discurso que ya hicieran los griegos. ¡No hace falta
que inventemos una vez más la sopa de ajo! Y veamos la de cosas que podemos
incorporar en nuestra expresión personal y profesional. Eso sí, tendremos que andar
este camino en solitario ya que no hay mucha guía a mano durante nuestra formación.
Quizá tengamos la suerte de poder unir nuestro esfuerzo al de otros colegas o
amigos y hacer pequeños grupos de trabajo. Quizá contemos con algún profesor
que a título propio y en sus ratos perdidos nos dé algunas indicaciones. En
cualquier caso, el
camino vale la pena. A
medida que tomemos conciencia de la importancia de
la retórica y de la naturalidad con la que muchos de los conceptos
se pueden incorporar en nuestro día a día iremos haciendo
posible que esta laguna en la educación de los niños, en la
formación universitaria y en la preparación de numerosos profesionales vaya subsanándose. No nos dejemos disuadir por nombres tan esotéricos como inventio o exordio. En
realidad estos nombres, indudablemente algo vetustos, tan solo
representan la conciencia
explícita de unos procesos cruciales de expresión, que cursamos en
general de una forma simple, casi ramplona, y lo
hacemos guiados en general tan sólo por
nuestra intuición.
Parte III
Apuntes
La poesía.
Cada una de las partes de las que un
verso se compone es expresión.
La poesía no son los libros, la
poesía es el encuentro del lector con el libro.
Las palabras inventar y
descubrir son anónimas.
Cuando se escribe algo se tienen
sensaciones.
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*Ignorar es saber
olvidar – recordar es encontrar.*
*No mostrar algo nuevo si no
recordar algo olvidado.*
Platón: esa cosa liviana alada y
sagrada podría ser quizás la música y no la poesía.
La poesía es una experiencia estética.
La poesía está en todas
partes.
El placer que debe dar
la poesía es su presencia.
A la poesía no se llega por medio de
reglas, se siente su belleza o no se siente.
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